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Partió al encuentro de nuestro creador, luego de sufrir un grave accidente de tránsito el día jueves 20 de Junio del 2024, permaneciendo en estado grave en la UTI del Hospital Regional de Encarnación, donde pese al esfuerzo de los profesionales y la colaboración de toda una comunidad que siguió de cerca su convalecencia, falleció a las 22:40 hs del 1 de Julio del 2024, horas antes de cumplir sus 64 años.
Sus restos mortales han sido velados en el Salón San José, y su sepelio se realizó el día 3 de Julio, a en el Cementerio local de nuestra ciudad.
Nació a la una de la madrugada del 2 de julio del 60″, en una humilde vivienda situada en la compañía Yarati-í de Yuty, departamento de Caazapá.
Hijo de la pareja conformada por Teodora González Martínez y Juan de Dios Sotelo Yegros. Cuando llegó al mundo, su madre tenía 36 años y su padre 68. Fue bautizado el 24 de agosto por el sacerdote José G. Escobar siendo su padrino, don Julio Barboza, que según le contó su madre eligió para su nombre, y consta en el registro parroquial. Le anotaron en el Registro Civil del pueblo de Yuty el 11 de enero de 1961, actuando como testigos don Teodoro Anzoátegui y don Florencio Ferreira.
Julio es el sexto de 8 hermanos, 4 mujeres y 4 varones: Julián (+), Hilda (+), Viviano, Gregoria, Marciano (+), Julio, Antonia y Felicia. Fueron sus abuelos paternos Faustino Sotelo y Felipa Yegros de la compañía Caraguatay, San Pedro del Paraná. Por la rama materna Liborio González y Delpilar Martínez, de Yarati-í. De uniones anteriores de su padre tuvo otros hermanos: Adrián (+), Sergio (+), Arsenia, Ignacia (+) y Elena.
Luego de la Guerra Civil de 1947, su padre, por ser del Partido Liberal, estuvo en la cárcel durante 2 años y 8 meses. Le sacaron casi todo lo que tenía, animales y tierra. Quedó en la extrema pobreza. Nunca más pudo acceder a tierra propia y sus cultivos tenían en propiedades de los abuelos maternos, sus suegros.
Aun con el esfuerzo que puso, no pudo salir de la miseria, por lo que su hija Arsenia Sotelo de Fernández que ya vivía en Encarnación, le convenció a que se mudara a esta ciudad. Fue así que Juan de Dios, a fines de febrero de 1964, con su esposa decidieron tomar las pocas pertenencias que tenían, alzaron en carretas con las que se trasladaron los 30 kilómetros de Yarati-í hasta la estación del tren que les trajo hasta aquí con sus hijos.
La nueva vida de los Sotelo-González comenzó en el barrio Loma Clavel (Pacú-Cuá), en principio en la casa de su hermana y al poco tiempo, su padre construyó una modesta vivienda, a pocas cuadras de la orilla del caudaloso río Paraná.
De esos años de su niñez, el futuro escritor e historiador recuerda, la orilla del río con las playas de blancas arenas, del arroyito que desembocaba en el río Paraná, donde pescaban “mojarritas”, “palometas”. De la corredera del Paraná sacaban “doradillos”, pescados que los convertían en deliciosas comidas fritas.
En aquellos tiempos, escuchó relatos fantásticos de navegantes, pescadores, contrabandistas que tenían al río como medio para ganarse la vida. De ellos aprendió las primeras historias, las que con los años serían su pasión.
Cuando tenía 6 años y medio, detrás de sus hermanos mayores fue a la escuela, entonces llamada “Beato Roque González”. Como todavía no tenía la edad para inscribirse como alumno regular, le permitieron asistir de “oyente”. Pero según le contaron después, por asimilar rápidamente las lecciones, al poco tiempo le aceptaron, con la condición de que llevara su propia silla para sentarse en el aula, elemento que fabricó su padre para cumplir con la exigencia de la escuela.
En esta escuela estuvo hasta el cuarto grado, el quinto cursó en la Escuela Alemana, turno noche, y el sexto grado, nuevamente en el “Beato Roque González”.
Tenía un poco más de 11 años, cuando terminó su educación primaria, ya con mucho esfuerzo, porque con los hermanos tenían que hacer algo para ayudar a su madre que trabajaba de pasera llevando a Posadas chipas para vender. Su padre, anciano ya, no tenía un trabajo estable.
Por esas cosas de la vida en que se presentan oportunidades, sus padres contactaron con el Lic. David Fretes y Hena Ramírez de Fretes, quienes estaban iniciando el Colegio Privado Juan XXIII y les ofrecieron una beca para que su hijo prosiguiera sus estudios secundarios en este colegio.
En 1972, con 12 años comenzó el primer curso que a duras penas terminaría debido a que tenía que trabajar de lustrabotas y otras veces vendiendo empanadas o marineras que su madre preparaba.
Para el segundo año de la secundaria, ya no se presentó al colegio, pero los directores de la institución fueron a casa a buscarle y casi “obligaron” a sus padres a que no permitieran que abandone su educación.
Del año 1973 el historiador recuerda de esas tempranas horas de las mañanas en que asistía al hogar de menores “San Cristóbal”, donde desayunaba, y de ahí a clase en el colegio Juan XXIII. Aquel primer albergue para niños de escasos recursos funcionaba en una casa sobre la calle Mcal. José F. Estigarribia casi padre José Kreuser. Ese año conoció al licenciado Cesar L. Benítez (+), entonces corresponsal y distribuidor del diario ABC Color quien le dio ejemplares del diario y salió a vender por las calles de la ciudad.
1973 fue un año que marcó parte importante de su vida porque comenzó a introducirse en el campo de la historia escuchando las clases de la profesora “Morena” de Fretes, de la pintura, teniendo como profesor a César Duba y a Teresa Alborno de Rivas. De la mano del profesor Alberto Delvalle se introdujo en la literatura.
Antes de cumplir 17 años, se presentó en la Base Naval de Encarnación para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Como todavía no llegaba a la edad exigida para que pudiera aceptarle, tuvo que decir que tenía más edad. En principio estuvo como “agregado”, pero luego de la inspección en marzo de 1977, le aceptaron como conscripto y como tal fue asignado a ser ordenanza del comandante de la unidad naval de la que tiene memorables recuerdos.
De la vida cuartelera aprendió la responsabilidad, el esfuerzo, el respeto al semejante y por sobre todo: sortear obstáculos. Cuenta Julio que esos días de intensos fríos de invierno, en su puesto de centinela, entre guardias interminables, estudiaba sus lecciones para los exámenes. Así en 1977 terminó el secundario como Bachiller en Ciencias y Letras. En 1978 terminó el Servicio Militar con el rango de cabo primero.
Recuerda de su primer trabajo remunerado en Refrescos del Paraná S.A. envasadora de Coca Cola donde se desempeñó en el departamento de publicidad durante 4 años. En esta empresa fue fundador de la Asociación de Empleados y Obreros. Se retiró de esta fábrica de gaseosas en diciembre de 1984 y fue a vivir en Buenos Aires.
En casi un año de permanencia en la capital Argentina trabajó de albañil, pintor de obras, dibujante en agencia de publicidad y aprovechó para estudiar dibujo, pintura y caricatura. Durante su estadía en Buenos Aires participó en conferencias, seminarios y ferias de libros en que tuvo la oportunidad de conocer a escritores famosos como Jorge Luís Borges, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Gonzalo Torrentes Ballester y otros. Luego viajó a Brasil donde conoció al escritor Jorge Amado. Años después, también estuvo en Montevideo. Volvió al país en 1986, se inscribió en la Universidad Católica, filial Encarnación para seguir la carrera de Ciencias Jurídicas y Diplomáticas intento, que se truncó en el 3º año debido a los tiempos de muchas manifestaciones estudiantiles en contra del dictador Alfredo Stroessner que le imposibilitó continuar sus estudios universitarios. No obstante, en ningún momento dejó de autoformarme en base a mucha lectura de textos jurídicos y literarios que le abrieron un amplio campo dentro del ámbito periodístico.
En 1988, fue protagonista de la histórica visita de Su Santidad Juan Pablo II al Paraguay. Fue elegido como el Coordinador General de los Servidores y representante de la juventud ante la Comisión para la visita pontificia.
Luego de la caída de la dictadura, habilitó una pequeña empresa publicitaria llamada “L’Atelier” y comenzó a publicar pequeños folletines en la universidad. Además, con algunos amigos publicaron un periódico llamado “La Prensa Color”. Colaboró, además con casi todas las publicaciones que aparecieron en Encarnación, tales como “La voz de Itapúa”, «Ecos del Sur”, “El Mercurio”, por citar algunos.
Su incursión en la docencia se dio en 1989 gracias a que las Hermanas Azules le costearon un curso para profesores de Artes Plásticas en el Saturio Ríos de San Lorenzo. En el Colegio Inmaculada estuvo como profesor de las materias de Artes Plásticas y Educación Artísticas (Arte Publicitario), hasta el 2000. Se desempeñó también como profesor en el Juan XXIII, en el San Pío X, Luis Pasteur y en el Liceo Carlos Antonio López.
En 1992,con profesores y alumnos del Juan XXIII viajó a los Estados Unidos de Norteamérica.
En el 2003, su vida daría un giro gracias a don Toribio Segovia, un entusiasta dirigente del club 22 de Setiembre quien le propuso escribir un libro de los 100 años de la institución.