
Karito Pusitanelle
Psicóloga Social
¿Cuántas veces congelamos en el tiempo el inicio de aquello qué sabemos que puede trasformar nuestras vidas? ¿Cuántos sueños quedan atrapados en el tiempo por el miedo, la comodidad o simplemente por postergar? La procrastinación, ese hábito aparentemente inofensivo, se convierte en una vestía invisible que nos aleja de nuestras metas y propósitos, limitando nuestras posibilidades de construir la vida que realmente anhelamos.
Desde una mirada psicosocial, es importante entender que cada acción que tomamos – o dejamos de tomar – tiene su efecto, no solo en nuestro presente, sino en el futuro que estamos creando. La inacción nos encierra en una jaula emocional, reduciendo nuestro potencial, nuestras capacidad de soñar y, sobre todo, de amar. Porque, al final del día el motor más maravilloso que tenemos es el amor: el amor por nuestras metas, el amor por nuestros ideales, y lo más importante, el amor propio.
El ciclo de la procrastinación, es una espiral descendente. Postergar no solo retrasa los resultados; nos estanca emocional y mentalmente. Es un pretexto disfrazada de excusa “no estoy listo”, “mañana será mejor”, “cuando tenga más tiempo”. Pero, ¿Cuándo llegará ese mañana ideal? La realidad es que el momento perfecto nunca existirá, mientras más postergamos más reforzamos el hábito de no accionar y más lejos se siente el compromiso de realizar nuestros sueños.
La importancia de aquí y el ahora. La procrastinación nos roba la oportunidad de vivir plenamente en el presente. Cuando tomamos consciencia de que cada decisión tiene su efecto comenzamos a comprender que somos responsables de nuestra realidad. Cada paso que damos hoy es un ladrillo en el puente hacia el futuro que queremos. El momento de accionar no es mañana, es Hoy, es ahora.
Romper la jaula, accionar con propósito
El antídoto para la procrastinación es el movimiento. No es necesario empezar con grandes pasos, a veces basta con un paso pequeño pero firme. La clave está en conectar con el propósito que nos impulsa, con la visión de la vida que queremos construir. Cuando realizamos esto, descubrimos que el amor propio y el compromiso con nuestros sueños nos llenan de fuerza para superar cualquier obstáculo.
El amor como fuerza transformadora, el amor no es solo el motor de nuevas relaciones, es también el impulso que nos mueve a creer y crear, a soñar y a actuar. Cuando nuestro amor propio es suficiente nos ayuda a priorizar nuestras metas, rompemos con los patrones de inacción. Porque el verdadero amor no se queda en palabras, en ilusión; se representa en actos, en la acción consciente de construir una vida que refleje quienes somos y lo que valoramos.
El poder de decidir. Procrastinar es renunciar, aunque sea momentánea, a nuestra capacidad de soñar y de actuar. Pero cuando tomamos consciencia de nuestra responsabilidad en el presente, nos convertimos en arquitectos de nuestro propio destino. Cada decisión, es un paso hacia el futuro que queremos, merecemos, anhelamos. Hoy es el día para comenzar.