Karito Pusitanelle
Psicóloga social
Al llegar fin de año, muchos de nosotros sentimos una mezcla de nostalgia y esperanza. Es un tiempo en lo que solemos reflexionar sobre los logros, aprendizajes e incluso los vacíos que han quedado. Para quienes hemos perdido a un ser querido, estas fechas pueden intensificar el duelo, reactivando el dolor de la ausencia. Sin embargo, en lugar de subestimar este dolor o intentar evitarlo es fundamental que lo enfrentemos, entendiendo que, aunque ya no estén de la misma forma, la manera que nos acompañan se transforma.
El duelo no es un proceso lineal. No hay tiempo establecido ni mucho menos un “final feliz” que podamos esperar con certeza. Cada uno lo vive de manera distinta y dentro de este viaje, la tristeza, el enojo y los recuerdos pueden convivir con momentos de paz o gratitud. El error que suele cometerse es forzar a que todo esto pase rápido o aún peor minimizar las emociones, con frases como “hay que mirar hacia adelante" o “ya paso mucho tiempo, tenes que superarlo”. Estas palabras, aunque quizás bien intencionadas pueden hacer que quien atraviesa el duelo se sienta incomprendido, solo y hasta culpable por lo que está viviendo.
A nivel psicosocial es importante reconocer que la pérdida afecta a nuestra red social: las personas con quienes compartíamos a ese ser querido, las costumbres que construimos, las tradiciones que se sienten incompletas. En estos tiempos festivos que se acercan, hacer un espacio para recordar a quienes ya no están puede ayudarnos a canalizar nuestras emociones de manera sana. Podemos encontrar consuelo en una carta, una ceremonia personal o compartiendo anécdotas con otros que también lo extrañan. Este tipo de prácticas ayudan a mantener vivo recuerdos sin dejar de aceptar la realidad de su partida.
Aceptar que su presencia física ya no está, no significa que debemos renunciar al vínculo emocional que tuvimos con ellos. La ausencia no borra el amor, ni el impacto que tuvieron en nuestras vidas. A veces, la ausencia incluso refuerza la necesidad de transmitir aquellos valores o momentos que nos regalaron. Por ejemplo, podemos honrar su memoria a través de actos que reflejen quienes eran o cómo nos inspiraron.
Dejar que se transforme la forma en que los recordamos y aceptamos esa trasformación no significa olvidar ni mucho menos minimizar. Significa integrar el recuerdo de otra manera, a nuestro propio tiempo y con el apoyo de quienes nos rodean.