Este año muchos de nosotros tal vez no alcanzamos todas las metas que habíamos proyectado, y eso puede hacer que salga algún sentimiento de desamino. Aunque les propongo un cambio de perspectiva: no es necesario que las metas siempre se cumplan para que nos sintamos merecedores de nuestros logros y esfuerzos. La verdadera esencia de cada meta que perseguimos no radica únicamente en alcanzarlas, sino en todo lo que vamos descubriendo en el proceso.
Ahora reflexionemos un momento sobre lo que si alcanzamos, y que a veces por quedarnos viendo el vaso medio vacío dejamos de valorarlo. Si observamos bien, sin dudas descubriremos pasos importantes que no habíamos planeado y esos pequeños avances suman mucho más de lo que a veces imaginamos. Al colocar el valor logrado estamos reconociendo nuestro propio mérito y permitiéndonos celebrar cada uno de esos logros como una parte de crecimiento personal y colectivo.
La visión de futuro debe ser flexible, adaptándose a los caminos que se abren inesperadamente. No importa cuantas veces pensemos “esto es el fin” de un objetivo; el verdadero poder está en aceptar que, aunque el rumbo cambie, siempre podemos empezar una vez más. Reenviar nuestras energías es el primer paso para retomar los proyectos, pero esta vez desde un lugar más consciente y con más experiencia por lo vivido.
Recordemos que el presente es el mejor espacio para construir. Aquí y ahora es donde podemos fortalecer la esperanza, reconociendo que siempre hay una oportunidad para redirigir nuestros esfuerzos y aprender de lo que hemos vivido. La clave es no cargar el año con frustraciones o expectativas incumplidas, sino transformarlas en la base de nuevas metas de nuevos caminos.
Para aquellos que sienten que no lograron todo lo que deseaban este año: no llega el fin, es el comienzo. El año no se termina sin dejarnos aprendizajes e infinitas oportunidades para transformarnos. El nuevo inicio está en cada uno de nosotros recordando que esta es la mejor manera de abrazar lo que está por venir.